Maria Martínez y una mirada a la historia nativa americana

Uno de los asuntos más fascinantes que posee el arte en sí mismo es su condición de convertirse en un espejo reflexivo del legado ofrecido por los antepasados, convirtiéndose en todo un pilar para observar como nuestros ancestros construyeron las primeras pautas que nuestro talento y pasión han revolucionado para producir nuevas obras de arte, igual de fascinantes y autenticas. Por eso, todo artista debe conocer su historia y agradecer todo el universo logrado por las tradiciones.

María Martínez

es un claro exponente de cómo el arte hace reverencia a las tradiciones, es la ceramista , quien a lo largo de su larga carrera como alfarera y creadora, permitió que las raíces de su sangre exploraran ese pasado para traerlo a las generaciones actuales y futuras, gestando así una obra de un profundo atractivo cultural que refleja la historia de los nativos americanos.

Esta mujer, cuya piel mestiza develaba los orígenes de su sangre y a lo que se sumaba el vestuario nativo acostumbraba a usar, daba la impresión de ser una autentica mística, provista de unos conocimientos milenarios que evidentemente fueron a tomar consistencia en sus obras.

Aquella sabiduría que la caracterizaba, tuvo una carrera brillante con una amplia producción de vasijas, cuencos y tinajas que evocaban los tiempos antiguos y vírgenes de lo que es hoy en día el país de los Estados Unidos.

Aunque se desconoce la fecha precisa de su nacimiento, se estima que fue alrededor de la década de 1880. María Montoya Martínez, cuyo nombre de nacimiento era María-Antonia Montoya.

El pueblo de San Ildefonso, ubicado en Nuevo México, desconocía por esas fechas que había nacido uno de los iconos más grandes en la historia de aquel lugar de ese país. Al fallecer en el año de 1980, su influencia fue tan intensa en su sociedad que por lo mismo se vio muy estimulada la industria alfarera de aquel pueblo, al cual formó con sus conocimientos a través de numerosas clases y compartiendo sus más íntimos secretos a sus familiares y a sus propios herederos: sus hijos.

María Montoya Martínez se inició en el universo de la alfarería desde muy niña, gracias a la influencia de su abuela y su tía.

Y uno de los primeros retos que tuvo como artista es que para esa época, los utensilios de cocina que eran fabricados con estaño y barnizados con esmalte, resultaron tener un costo mucho más económico que el de la misma cerámica. De modo que esta joven mujer debió ser persistente en su vocación y evitar perder todo ese potencial que tenia por revelar.

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Como fuerza de apoyo para esa lucha contó con la ayuda de Julián Martínez, un pintor indio americano con quien se casó en 1904. Así, mientras ella se hacía cargo de torno y la cerámica, él termina el diseño pintando dibujos y trazos en las ollas de barro, lo que permitió ofrecer un trabajo aun más profesional y único en su tiempo.

Su labor resultó ser tan reconocida que durante las excavaciones arqueológicas que se realizaron en un pueblo próximo a San Ildefonso durante los años de 1908 y 1909, ella fue solicitada para realizar replicas de las obras de cerámica prehistóricas que allí se descubrieron.

Julian and Maria Martinez trabajando, San Ildefonso Pueblo, NM, ca. 1950. Cortesía del Palacio de Gobierno

Jarra de cerámica crema sobre rojo por María Martínez y Popovi ; jarra de cerámica negro sobre negro por María y Julián Martínez, ca. 1930; jarra de cerámica policromada por María y Julián Martínez, ca. 1919 (Cortesía del Museo de la India Arte y Cultura, Santa Fe, Nuevo México; fotografía de Blair Clark.

Era tan fantástico su trabajo que fue contratada por el Dr. Edgar Hewett, director del Museo de Antropología de Nuevo México. Lo cual era de esperarse de una artista tan versátil e integral, ya que además de cuatro doctorados honoris causa otorgados por diferentes universidades, María Montoya Martínez recibió también el Medallón de Artesanía concedido por el Instituto Americano de Arquitectos y el Palmas Académicas de Francia.

Todo esto demuestra lo comprometido que fue su trabajo para su tiempo y el tipo de sociedad que representaba ella y que ante todo: que vibraba en su sangre.

La historia del arte de la cerámica tiene sus grandes iconos. Cada uno tiene algo por decir a su propio tiempo, reflexionar sobre el futuro que nos espera o rendir tributo a nuestra propia historia.

En ese sentido María Montoya Ramírez alcanza su honorable puesto en esa lista de creadores consagrados con su oficio, al rescatar toda la producción de sus ancestros y permitir que a través de su sangre nativa, su obra se convirtiera en un testamento único y novedoso para las generaciones futuras.

Sin duda alguna, la obra singular de esta alfarera, aparte de la magia que inspira y su riqueza histórica, representa hermosamente un pasado mítico y universal.

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